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Déjese llevar por el primer impulso y que unas simples palabras, las primeras que tenga en la punta de la lengua, fluyan, converjan, se entremezclen y escriba, escriba lo que se le ocurra, al instante, o en algún rincón de su tiempo(si es que quiere pensar lo que va a comentar)
¡Muchas Gracias!

Pablo.-

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PABLO M. PREZ


lunes, 28 de enero de 2013

San Marcos II - Óleo sobre bastidor 80x100



...hasta la Calle Cincuenta aparece incluido todo lo que Santo Tomás de Aquino olvidó incluir en su magna obra, es decir, entre otras cosas, bocadillos de hamburguesa, botones de cuello, perros de lanas, máquinas tragaperras, bombines grises, cintas de máquina de escribir, pirulíes, retretes grasientos, paños higiénicos, pastillas de menta, bolas de billar, cebollas picadas, servilletas arrugadas, bocas de alcantarilla, goma de mascar, sidecares y caramelos ácidos, celofán, neumáticos de cuerdas, magnetos, linimento para caballo, pastillas para la tos, pastillas de menta, y esa opacidad felina de eunuco histéricamente dotado que se dirige al despacho de refrescos con un fusil de cañones recortados entre las piernas. La atmósfera de antes de comer, la mezcla de pachulí, pecblenda caliente, electricidad helada,  sudor azucarado y orina pulverizada te provoca una fiebre de expectación delirante. Cristo no volverá a bajar nunca más a la tierra ni habrá legislador alguno, ni cesará el asesinato ni el robo ni la revolución y, sin embargo... y, sin embargo, uno espera algo, algo  terroríficamente maravilloso y absurdo, quizás una langosta fría con mayonesa servida gratis, quizás una invención, como la luz eléctrica, como la televisión, sólo que más devastadora, más desgarradora, una invención impensable que produzca una calma y un vacío demoledores, no la calma y el vacío de la muerte sino de una vida como la que soñaron los monjes, como la que sueñan todavía en el Himalaya, en Polinesia, en la Isla de Pascua, el sueño de Hombres anteriores al diluvio, antes de que se escribiera la palabra, el sueño de hombres de las cavernas y antropófagos, de los que tienen doble sexo y colas cortas, de aquellos de quienes se dice que están locos y no tienen modo de defenderse porque los que no están
locos los sobrepasan en número. Energía fría atrapada por brutos astutos y después liberada como cohetes explosivos, ruedas intrincadamente engranadas para causar la lusión de fuerza y velocidad, unas para producir luz, otras energía, otras movimiento, palabras telegrafiadas por maníacos y montadas como dientes postizos, perfectos  repulsivos como leprosos,movimiento congraciador, suave, escurridizo, absurdo, vertical, horizontal, circular, entre paredes y a través de paredes, por placer, por cambalache, por delito; por el sexo; todo luz, movimiento, poder concebido impersonalmente, generado, y distribuido a lo largo de una raja asfixiada semejante a un coño y destinada a deslumbrar y espantar al salvaje, al patán, al extranjero, pero nadie deslumbrado ni espantado, éste hambriento, aquél lascivo, todos uno y el mismo  y no diferentes del salvaje, del patán, del extranjero, salvo en insignificancias, un batiburrillo, las burbujas del pensamiento, el serrín de la mente. En la misma raja coñiforme, atrapados pero no deslumbrados, millones han caminado antes de mí, entre ellos uno, Blaise Cendrars, que después voló a la luna y de ella a la tierra de nuevo y Orinoco arriba personificando a un hombre alocado pero en realidad sano como un botón, si bien ya no vulnerable, ya no mortal, la masa magnífica de un poema dedicado al archipiélago del insomnio. De los que padecían esa fiebre pocos salieron del cascarón, entre ellos yo mismo todavía sin salir de él, pero permeable y maculado, conocedor con ferocidad tranquila del tedio de la deriva y el movimiento incesantes. Antes de cenar el golpear y el tintinear de la luz del cielo que se filtra suavemente por la cúpula de gris osamenta, los hemisferios errantes cubiertos de esporas con núcleos de huevos azules coagulándose, en un cesto langostas, en el otro la germinación de un mundo antisépticamente personal y absoluto. De las bocas de las alcantarillas, cenicientas por la vida subterránea, hombres del mundo futuro saturados de mierda, la electricidad helada mordiéndo los como ratas, el día que se acaba y la oscuridad que se acerca como las frías y refrescantes sombras de las alcantarillas. Como un nabo blando que se sale deslizándose de un coño recalentado, yo, el que todavía no ha salido del cascarón, haciendo algunas contorsiones abortivas, pero o bien todavía no lo bastante muerto y blando o bien libre de esperma y patinando ad astra, pues todavía no es hora de cenar y un frenesí peristáltico se apodera del intestino grueso, de la región hipogástrica, del lóbulo umbilical pospineal. Las langostas, cocidas vivas, nadan en hielo, sin dar ni pedir cuartel,
simplemente inmóviles e inmotivadas en el tedio acuoso y helado de la muerte, mientras la vida flota a la deriva por el escaparate rebozado en desolación, un escorbuto lastimoso devorado por la tomaína, mientras el gélido vidrio de la ventana corta como una navaja, limpiamente y sin dejar residuos.
     La vida que pasa a la deriva por el escaparate... también yo soy parte de la vida, como la langosta, el anillo de catorce quilates, pero hay un hecho muy difícil de probar, y es el de que la vida es una mercancía con una carta de porte pegada a ella, pues lo que escojo para comer es más importante que yo, el que come, ya que el uno se come al otro y, en consecuencia, comer, el verbo, rey del gallinero. En el acto de comer el huésped se ve perturbado y la justicia derrotada temporalmente. El plato y lo que hay en él, mediante el poder depredador del aparato intestinal, exige atención y unifica el espíritu, primero hipnotizándolo, después masticándolo, luego absorbiéndolo. La parte espiritual del ser pasa como espuma, no deja testimonio ni rastro alguno de su paso, se esfuma, se esfuma más completamente que un punto en el espacio después de una disertación matemática. La fiebre, que puede volver mañana, guarda la misma relación con la vida que la que guarda el mercurio en un termómetro con el calor. La fiebre no convertirá la vida en calor, por lo que consagra las albóndigas y los espaguetis. Masticar mientras otros miles mastican, cuando cada mascada es un asesinato, proporciona el necesario molde social desde el que te asomas a la ventana y ves que hasta se puede hacer una escabechina con la especie humana, o que se la puede mutilar o matar de hambre o torturar porque, mientras se mastica, la simple ventaja de estar sentado en una silla con la ropa puesta, limpiándote la boca con una servilleta, te permite comprender lo que los más sabios de los sabios nunca han sido capaces de comprender, a saber, que no hay otra forma de vida posible, pues con frecuencia dichos sabios no se dignan usar silla, ropa ni servilleta. Así, los hombres que corren cada día a horas regulares por una raja...

Henry Miller, Trópico de Capricornio (fragmento)

domingo, 20 de enero de 2013

San Marcos I - Óleo sobre bastidor 80x100





     La luz fue concentrándose sobre sí misma con delicadeza y por un instante pintó de rojo sangre los rostros, las ruedas de los carromatos y los bueyes. Luego llegó la noche, y cambió el tacto del aire, y cayó una bruma baja, uniforme, como un velo azul, sobre el rostro del país, e intensificó, dándole nitidez, el olor a humo de leña y a reses, y el delicioso aroma de las tortas de trigo cocinadas al calor de las brasas.

 Rudyard Kipling, Kim (fragmento)

lunes, 7 de enero de 2013

Trabajo a pedido - Acrílico sobre lienzo (90x80) (VENDIDA)





    Para hablar como simple ciudadano y no como esos que niegan todo gobierno, no pediré que se anule en seguida toda forma de gobierno, sino que se nos dé en seguida un gobierno mejor. Que cada hombre haga saber qué clase de Gobierno gozaría de su respeto, y ése será el primer paso para conseguirlo.
     Después de todo, la razón práctica de por qué, cuando el poder se encuentra en manos del pueblo, se permite que gobierne una mayoría y que continúe haciéndolo así durante un largo período de tiempo, no responde al hecho de que sean más susceptibles de verse en posesión de la verdad ni al de que tal se antoje como más propio a la minoría, sino a que son físicamente los más fuertes. Pero un gobierno tal, que la mayoría juzgue en todos los casos, no puede basarse en la justicia, incluso tal como la entienden los hombres. ¿No podrá haber un gobierno en que no sea la mayoría la que decida entre lo justo y lo injusto, sino la conciencia? ¿Donde la mayoría falle sólo aquellas cuestiones a las que es aplicable un criterio utilitario? ¿Debe rendir el ciudadano su conciencia, siquiera por un momento, o en el grado más mínimo, al legislador? ¿Por qué posee, pues, cada hombre una conciencia? Estimo que debiéramos ser hombres primero y súbditos luego. No es deseable cultivar por la ley un respeto igual al que se acuerda a lo justo. La única obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en todo momento lo que considero justo. Se dice con verdad que una sociedad mercantil no tiene conciencia; pero una sociedad de hombres concienzudos es una sociedad con una conciencia. La ley jamás hizo a los hombres un ápice más justos; y, en razón de su respeto por ellos, incluso los mejor dispuestos se convierten a diario en agentes de la injusticia. Resultado común y natural de un respeto indebido por la ley es que uno pueda ver, por ejemplo, una columna militar: coronel, capitán, cabo, soldados rasos, artificieros, etc., marchando en admirable orden colina arriba, colina abajo y valle en dirección al frente. ¡En contra de su voluntad! ¡Sí! Contra su sentido común y su conciencia, lo que hace del marchar tarea ardua, en verdad, y causa de sobresalto cardíaco. A ninguno de ellos cabe la menor duda de que el asunto que les ocupa es ciertamente condenable; su inclinación auténtica se orienta hacia el hacer pacífico. Y bien: ¿Cómo los describiríamos? ¿Son acaso personas? ¿Pequeños objetos, parapetos, pertrechos movibles a voluntad, al servicio de alguien sin escrúpulos que detenta el poder? Visitad un establecimiento naval y contemplad al marino, es decir, a lo que puede hacer de un hombre el gobierno americano o alguien provisto de malas artes ... una simple sombra, un vestigio de humanidad, un ser vivo y de pie, pero enterrado ya, podría decirse, bajo salvas y demás ceremonias.
     La gran masa de los hombres sirve al Estado, no como hombres primordialmente sino como máquinas; con su cuerpo. Son ejército permanente y milicia establecida, carceleros y guardias. En la mayoría de casos no existe ejercicio alguno libre, sea del propio juicio o del sentido moral, sino relegamiento al nivel del leño, de la tierra o de las piedras;...

Henry Thoureau, Desobediencia civil (fragmento)