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Pablo.-

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PABLO M. PREZ


lunes, 29 de abril de 2013

Paisaje IX - Óleo sobre bastidor (80x100)



    Para nuestro primer no-hacer, Silvio Manuel construyó una enorme caja de madera donde cabíamos la Gorda y yo, si nos sentábamos espalda contra espalda con las rodillas hacia arriba. La caja tenía una tapa de enrejado para permitir la ventilación. La Gorda y yo teníamos que entrar en ella y sen¬tarnos en total oscuridad y silencio, sin quedarnos dormidos. Silvio Manuel empezó dejándonos entrar en la caja por breves periodos; después los aumentó, conforme nos acostumbrába¬mos al procedimiento, hasta que pudimos pasar la noche entera dentro de ella sin movernos ni dormitar.
    La mujer nagual se quedaba con nosotros para asegurarse de que no cambiásemos de niveles de conciencia a causa de la fatiga. Silvio Manuel decía que la tendencia natural, bajo condiciones de esfuerzo y tensión desacostumbrados, es cambiar del estado de conciencia acrecentada al normal, y viceversa.
    El efecto general de este no-hacer, cada vez que lo llevába¬mos a cabo, era una sensación inigualable de tranquilidad, de descanso, lo cual era un completo enigma para mí, ya que jamás nos quedamos dormidos durante esas vigilias de toda la noche. Atribuí esa sensación de tranquilidad al hecho de que nos hallábamos en un estado de conciencia acrecenta¬da, pero Silvio Manuel dijo que una cosa nada tenía que ver con la otra, y que la sensación de descanso se debía a que nos sentábamos con las rodillas arriba.
    En el segundo no-hacer, Silvio Manuel nos hacía tender en el suelo en nuestro lado izquierdo, como perros hechos ovillo, casi en una posición fetal, con las frentes sobre los brazos doblados. Silvio Manuel insistió en que conserváramos los ojos cerrados lo más que pudiéramos, abriéndolos tan sólo cuando nos indicaba que cambiáramos de posición y que nos tendiéramos en el lado derecho. Nos explicó que el propósito de este no-hacer era separar a nuestro, sentido del oído del de la vista. Como antes, Silvio Manuel gradualmente in¬crementó la duración de las sesiones hasta que pudimos pasar toda la noche en una vigilia auditiva. Silvio Manuel nos dijo que estábamos para entonces listos para entrar a otra área de actividad. Nos explicó que en los dos primeros no-haceres habíamos roto cierta barrera perceptual mientras estábamos pegados al suelo. A manera de analogía, comparaba a los seres humanos con árboles. Somos árboles móviles. De alguna manera nos hallamos arraigados a la tierra; nuestras raíces son transportables, pero eso no nos libera del suelo. Dijo que para establecer el equilibrio teníamos que llevar a cabo el tercer no-hacer suspendidos en el aire. Si lográbamos canalizar nues¬tro intento mientras permanecíamos colgados de un árbol dentro de un arnés de cuero, podríamos hacer un triángulo con nuestro intento; la base de este triángulo se hallaba en el suelo y el vértice en el aire. Silvio Manuel creía que con los dos primeros no-haceres habíamos almacenado nuestra aten¬ción a tal punto, que podríamos ejecutar el tercero perfec¬tamente desde el comienzo.
    Una noche, Silvio Manuel nos puso a la Gorda y a mí en dos arneses separados que eran como sillas de correas; nos sentamos en ellos y él nos suspendió con una polea hasta la rama más alta y gruesa de un árbol muy grande. Quería que prestáramos atención a la conciencia del árbol, que, según él, nos daría señales, ya que éramos sus huéspedes. Hizo que la mujer nagual se quedara en el suelo y nos llamara en voz alta, una y otra vez, durante toda la noche.
    Mientras nos hallábamos suspendidos del árbol, en las innu¬merables veces en que llevamos a cabo este no-hacer, experi¬mentábamos un glorioso diluvio de sensaciones físicas, como tibias cargas de impulsos eléctricos. Durante los tres primeros de los cuatro intentos que realizamos, era como si el árbol protestara por nuestra intrusión; después de eso, los impulsos se convirtieron en señales de paz y equilibrio. Silvio Manuel nos dijo que la conciencia de un árbol atrae su alimento de las profundidades de la tierra, en tanto que la conciencia de las criaturas móviles la atrae de la superficie. No hay sensación de contienda o rivalidad en un árbol, mientras que en los se¬res móviles esa sensación los llena por completo.
    Silvio Manuel planteaba que la percepción sufre una pro¬funda sacudida cuando nos colocamos en estados de quietud en la oscuridad. Nuestros oídos toman entonces la delantera y pueden percibirse las señales de todas las entidades vivientes y existentes en torno a nosotros: no sólo con los oídos, sino con una combinación de los sentidos auditivo y visual, en ese orden. Decía que en la oscuridad, especialmente mientras uno se halla suspendido, los ojos se vuelven subsidiarios de los oídos.
    La Gorda y yo descubrimos que Silvio Manuel tenía abso¬luta razón. A través del tercer no-hacer, Silvio Manuel dio una nueva dimensión a nuestra percepción del mundo que nos rodea.


Carlos Castaneda, El don del águila (fragmento)