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Déjese llevar por el primer impulso y que unas simples palabras, las primeras que tenga en la punta de la lengua, fluyan, converjan, se entremezclen y escriba, escriba lo que se le ocurra, al instante, o en algún rincón de su tiempo(si es que quiere pensar lo que va a comentar)
¡Muchas Gracias!

Pablo.-

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PABLO M. PREZ


martes, 27 de noviembre de 2012

paisaje caroya - Técnica Mixta sobre fibrofácil 30x40 (Adquirida)


4º Premio - Pequeño formato
16º Encuentro de Pintores 2012
Colonia Caroya





Despierta
Sacúdete los sueños de tu pelo
Mi preciosa y dulce niña.
Elige el día y el signo para tu día
El día es divino.
La primera cosa que ves

Una inmensa y radiante playa en una bonita y adornada luna
Parejas desnudas corren por sus tranquilos lados
Y reímos como dulces. locos niños
Inmersos en la lana confusa de la mente infantil
La música y las voces giran a nuestro alrededor

Eligen su antiguo cantar
Tu tiempo ha regresado
Elige ahora, su dulce canto
Debajo de la luna
Junto al lago antiguo

Entra otra vez en el dulce bosque
Entra en el cálido sueño
Ven con nosotros
Todo esta roto y baila

Jim Morrison, Ghost song



miércoles, 21 de noviembre de 2012

Eolo (DF) - Óleo sobre bastidor 80x100





     Pido silencio que estoy hasta acá de loros, cojas, chúes & Cartago.
-Me cago en Cartago -dijo el hombre de cartón pidiendo un cortado.
    Son las tres de de la alba de dedos azules si no fueran esas uñas enlutadas como si el mundo no existiese.
-¿Viste Los poetas tembleques?- preguntó Gregoria Cul, la poubelle de Clignancourt.
-Ní- nefirmó Festa para terminar con los metecos tremantes.
-El culicidio por cilcusida de la culbuta- dijo Gregoria.
-¡Puta mandria que me fadraga! Nadie me entiende el festilogio. ¿Hablo en catamitano? ¿Nací en acacuellos de Giloca?
-Dale, ché, te presto La Culomancia.
-Nepote- dijo, sentada en una escupidera, Festa.
-Dale, ché, te la regalo.
    El culín a la regresiva se le meneó de contento. Cuando húbose posesionado del libro porno hasta decir bosta, dijo:
-Bosta.
-¿Y los poetas de los tembladerales?
-Creo que llevaban una especie de peto debajo de la falúa.
-Tenet fet- dijo feto.
-¿Qué se creen? ¿Que tienen corona?- dijo Coj-. El cuento de Alejandra es para todos, y si no les gusta consíganse uno especial para ustedes, que mientras estean aquí, estamos en la democracia.
-No sea guaranga, aunque lo sea -dijo Festa-. Además ¿No sabe que está prohibido entrar con animales en los cuentos?
     Tal la alegoría de la justicia, Festa señaló con dedo acusador a nostro Pericles quien, de pie en su percha, cerraba fuertemente los ojos miedoso de que en ellos entrara algo de la espuma con que lo friccionaba su novia, la ducha Aspasia.
     Chú el caligrafofo alojó ósculos sobre manos de culirotas a las que se les caía la baba como si hubiesen parido a Pirro.
-Pirro era medio pegalotodo -verdijo con espuma Loreal.
-¡Qué loroamor! -marechalizó Gregoria-. ¿Es comprado o hecho a mano?
-¿Cómo? ¿También toca el piano?- dijo Festa.
-Pedro, tocá Para Elisa para estas señoritas- dijo Cojwig van.
-No voy a tocar nada y mañana se lo cuento todo a mi analista- dijo el verde psicopatita.
-En el ludo, la casilla de la muerte es rosa- dijo el amarillo sinópata.
-¡No te metás, amarillo!- dijo, verde de rabia, Coja La Rábida.
     Festa y Gregoria, acostadas como Fritz y Franz, reían como Lady Godiva.
-Como Paracelso- dijo Pericles-, nací en Parada de la Ventosa. ¡Me cago en el Parnaso!
Fue entonces cuando entró la Pardo Bazán a cuyo plumiferón debemos El loro de Paradela de Muces o  Morriña por Pericles, ilustrado con esculturas de Berruguete.
    No sin sonreírse al ver a la novelista obesita, agregó el raro loro:
-Quiero que me dejen partir para ir a ocultar en el fondo del mar mi tristeza sin fondo.
-¡Oh!- dijo Aspasia. Y se tiró un pedo azul.
     A lo cual sonrió todo el mundo, según nos enteramos leyendo el diario íntimo de Chú:
"...do azul. A lo cual sonrió todo el mundo. Exagero. Había una cosa que no sonreía; era el mate"

Alejandra Pizarnik, Aspasia o la Peripecia

domingo, 18 de noviembre de 2012

Avenida San Martín - Óleo sobre bastidor 80x100






     De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca. Era una hojarasca revuelta, alborotada, formada por los desperdicios humanos y materiales de los otros pueblos; rastrojos de una guerra civil que cada vez parecía más remota e inverosímil. La hojarasca era implacable. Todo lo contaminaba de su revuelto olor multitudinario, olor de secreción a flor de piel y de recóndita muerte. En menos de un año arrojó sobre el pueblo los escombros de numerosas catástrofes anteriores a ella misma, esparció en las calles su confusa carga de desperdicios. Y esos desperdicios, precipitadamente, al compás atolondrado e imprevisto de la tormenta, se iban seleccionando, individualizándose, hasta convertir lo que fue un callejón con un río en un extremo un corral para los muertos en el otro, en un pueblo diferente y complicado, hecho con los desperdicios de los otros pueblos. Allí vinieron, confundidos con la hojarasca humana, arrastrados por su impetuosa fuerza, los desperdicios de los almacenes, de los hospitales, de los salones de diversión, de las plantas eléctricas; desperdicios de mujeres solas y de hombres que amarraban la mula en un horcón del hotel, trayendo como un único equipaje un baúl de madera o un atadillo de ropa, y a los pocos meses tenían casa propia, dos concubinas y el título militar que les quedaron debiendo por haber llegado tarde a la guerra.
     Hasta los desperdicios del amor triste de las ciudades nos llegaron en la hojarasca y construyeron pequeñas casas de madera, e hicieron primero un rincón donde medio catre era el sombrío hogar para una noche, y después una ruidosa calle clandestina, y después todo un pueblo de tolerancia dentro del pueblo. En medio de aquel ventisquero, de aquella tempestad de caras desconocidas, de toldos en la vía pública, de hombres cambiándose de ropa en la calle, de mujeres sentadas en los baúles con los paraguas abiertos, y de mulas y mulas abandonadas, muriéndose de hambre en la cuadra del hotel, los primeros éramos los últimos; nosotros éramos los forasteros; los advenedizos. Después de la guerra, cuando vinimos a Macondo y apreciamos la calidad de su suelo, sabíamos que la hojarasca había de venir alguna vez, pero no contábamos con su ímpetu. Así que cuando sentimos llegar la avalancha lo unico que pudimos hacer fue poner el plato con el tenedor y el cuchillo detrás de la puerta y sentarnos pacientemente a esperar que nos conocieran los recién llegados. Entonces pitó el tren por primera vez. La hojarasca volteó y salió a verlo y con la vuelta perdió el impulso, pero logro unidad y solidez; y sufrió el natural proceso de fermentación y se incorporó a los gérmenes de la tierra. (Macondo, 1909)

García Marquez, La hojarasca (fragmento)


lunes, 12 de noviembre de 2012

Plaza de Madrid - Óleo sobre bastidor 50x70








    Hay un animal salvaje en sus bosques -dijo el artista Cunningham, mientras lo llevaban a la estación. Era la única observación que había hecho durante el trayecto, pero como Van Cheele había hablado sin parar, el silencio de su compañero no había sido notorio.
    -Un zorro extraviado o dos y unas cuantas comadrejas de la región. Nada más formidable que eso -dijo Van Cheele. El artista no dijo nada.
    -¿Qué quería decir con animal salvaje? -le dijo Van Cheele más tarde, cuando estaban en el andén.
    -Nada. Mi imaginación. Aquí está el tren -dijo Cunningham.
    Esa tarde, Van Cheele salió a dar uno de sus frecuentes paseos por su boscosa propiedad. Tenía una garza disecada en su estudio, y sabía los nombres de un gran número de flores salvajes, de modo que su tía tenía tal vez alguna justificación para describirlo como un gran naturalista. En todo caso, era un gran andarín. Tenía la costumbre de tomar nota mental de todo lo que veía durante esos paseos, no tanto para ayudar a la ciencia contemporánea, como para disponer de temas de conversación más tarde. Cuando las campanillas azules comenzaban a florecer, él se encargaba de informar a todo el mundo de ese hecho; la época del año hubiera podido advertir a sus oyentes de la probabilidad de que esto ocurriera, pero por lo menos pensaba que él les estaba siendo absolutamente franco.
    Sin embargo, lo que vio Van Cheele esa tarde en particular...


Saki, Ernest-Gabriel (Fragmento)