Pido silencio que estoy hasta acá de loros, cojas, chúes & Cartago.
-Me cago en Cartago -dijo el hombre de cartón pidiendo un cortado.
Son las tres de de la alba de dedos azules si no fueran esas uñas enlutadas como si el mundo no existiese.
-¿Viste Los poetas tembleques?- preguntó Gregoria Cul, la poubelle de Clignancourt.
-Ní- nefirmó Festa para terminar con los metecos tremantes.
-El culicidio por cilcusida de la culbuta- dijo Gregoria.
-¡Puta mandria que me fadraga! Nadie me entiende el festilogio. ¿Hablo en catamitano? ¿Nací en acacuellos de Giloca?
-Dale, ché, te presto La Culomancia.
-Nepote- dijo, sentada en una escupidera, Festa.
-Dale, ché, te la regalo.
El culín a la regresiva se le meneó de contento. Cuando húbose posesionado del libro porno hasta decir bosta, dijo:
-Bosta.
-¿Y los poetas de los tembladerales?
-Creo que llevaban una especie de peto debajo de la falúa.
-Tenet fet- dijo feto.
-¿Qué se creen? ¿Que tienen corona?- dijo Coj-. El cuento de Alejandra es para todos, y si no les gusta consíganse uno especial para ustedes, que mientras estean aquí, estamos en la democracia.
-No sea guaranga, aunque lo sea -dijo Festa-. Además ¿No sabe que está prohibido entrar con animales en los cuentos?
Tal la alegoría de la justicia, Festa señaló con dedo acusador a nostro Pericles quien, de pie en su percha, cerraba fuertemente los ojos miedoso de que en ellos entrara algo de la espuma con que lo friccionaba su novia, la ducha Aspasia.
Chú el caligrafofo alojó ósculos sobre manos de culirotas a las que se les caía la baba como si hubiesen parido a Pirro.
-Pirro era medio pegalotodo -verdijo con espuma Loreal.
-¡Qué loroamor! -marechalizó Gregoria-. ¿Es comprado o hecho a mano?
-¿Cómo? ¿También toca el piano?- dijo Festa.
-Pedro, tocá Para Elisa para estas señoritas- dijo Cojwig van.
-No voy a tocar nada y mañana se lo cuento todo a mi analista- dijo el verde psicopatita.
-En el ludo, la casilla de la muerte es rosa- dijo el amarillo sinópata.
-¡No te metás, amarillo!- dijo, verde de rabia, Coja La Rábida.
Festa y Gregoria, acostadas como Fritz y Franz, reían como Lady Godiva.
-Como Paracelso- dijo Pericles-, nací en Parada de la Ventosa. ¡Me cago en el Parnaso!
Fue entonces cuando entró la Pardo Bazán a cuyo plumiferón debemos El loro de Paradela de Muces o Morriña por Pericles, ilustrado con esculturas de Berruguete.
No sin sonreírse al ver a la novelista obesita, agregó el raro loro:
-Quiero que me dejen partir para ir a ocultar en el fondo del mar mi tristeza sin fondo.
-¡Oh!- dijo Aspasia. Y se tiró un pedo azul.
A lo cual sonrió todo el mundo, según nos enteramos leyendo el diario íntimo de Chú:
"...do azul. A lo cual sonrió todo el mundo. Exagero. Había una cosa que no sonreía; era el mate"
-Me cago en Cartago -dijo el hombre de cartón pidiendo un cortado.
Son las tres de de la alba de dedos azules si no fueran esas uñas enlutadas como si el mundo no existiese.
-¿Viste Los poetas tembleques?- preguntó Gregoria Cul, la poubelle de Clignancourt.
-Ní- nefirmó Festa para terminar con los metecos tremantes.
-El culicidio por cilcusida de la culbuta- dijo Gregoria.
-¡Puta mandria que me fadraga! Nadie me entiende el festilogio. ¿Hablo en catamitano? ¿Nací en acacuellos de Giloca?
-Dale, ché, te presto La Culomancia.
-Nepote- dijo, sentada en una escupidera, Festa.
-Dale, ché, te la regalo.
El culín a la regresiva se le meneó de contento. Cuando húbose posesionado del libro porno hasta decir bosta, dijo:
-Bosta.
-¿Y los poetas de los tembladerales?
-Creo que llevaban una especie de peto debajo de la falúa.
-Tenet fet- dijo feto.
-¿Qué se creen? ¿Que tienen corona?- dijo Coj-. El cuento de Alejandra es para todos, y si no les gusta consíganse uno especial para ustedes, que mientras estean aquí, estamos en la democracia.
-No sea guaranga, aunque lo sea -dijo Festa-. Además ¿No sabe que está prohibido entrar con animales en los cuentos?
Tal la alegoría de la justicia, Festa señaló con dedo acusador a nostro Pericles quien, de pie en su percha, cerraba fuertemente los ojos miedoso de que en ellos entrara algo de la espuma con que lo friccionaba su novia, la ducha Aspasia.
Chú el caligrafofo alojó ósculos sobre manos de culirotas a las que se les caía la baba como si hubiesen parido a Pirro.
-Pirro era medio pegalotodo -verdijo con espuma Loreal.
-¡Qué loroamor! -marechalizó Gregoria-. ¿Es comprado o hecho a mano?
-¿Cómo? ¿También toca el piano?- dijo Festa.
-Pedro, tocá Para Elisa para estas señoritas- dijo Cojwig van.
-No voy a tocar nada y mañana se lo cuento todo a mi analista- dijo el verde psicopatita.
-En el ludo, la casilla de la muerte es rosa- dijo el amarillo sinópata.
-¡No te metás, amarillo!- dijo, verde de rabia, Coja La Rábida.
Festa y Gregoria, acostadas como Fritz y Franz, reían como Lady Godiva.
-Como Paracelso- dijo Pericles-, nací en Parada de la Ventosa. ¡Me cago en el Parnaso!
Fue entonces cuando entró la Pardo Bazán a cuyo plumiferón debemos El loro de Paradela de Muces o Morriña por Pericles, ilustrado con esculturas de Berruguete.
No sin sonreírse al ver a la novelista obesita, agregó el raro loro:
-Quiero que me dejen partir para ir a ocultar en el fondo del mar mi tristeza sin fondo.
-¡Oh!- dijo Aspasia. Y se tiró un pedo azul.
A lo cual sonrió todo el mundo, según nos enteramos leyendo el diario íntimo de Chú:
"...do azul. A lo cual sonrió todo el mundo. Exagero. Había una cosa que no sonreía; era el mate"
Alejandra Pizarnik, Aspasia o la Peripecia
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