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Pablo.-

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PABLO M. PREZ


lunes, 16 de enero de 2012

El tutu - Óleo sobre Bastidor 55x45



     -¿Y si lo matan, tata? -había preguntado Vicenta en el colmo de la desesperación.
     -No hay quien haga esa gauchada -contestó el paisano-; para matar a Juan tendrán que juntarse dos partidas.
     Y era tal la profunda seguridad que tenía el viejo en el coraje y en la vista de Moreira, a quien amaba con toda la sencillez del gaucho, que al decir aquello había infundido valor al decaído espíritu de Vicenta.
     En esta conversación estaban padre e hija, cuando relinchó el overo bayo, relincho que arrancó un grito de placer a Vicenta, y que despidió al buen viejo de la silla en que se hallaba sentado.
     Cuando se asomaron al alero del rancho, ya Moreira había atado su parejero al palenque, y se sentían en dirección al rancho sus conocidas pisadas, acompañadas del metálico ruido que produce la rodaja de la espuela.
     El paisano abrazó tiernamente a Vicenta y estrechó la mano tosca de su suegro, en un apretón que fue la narración de todo lo que hiciera.
     Su suegro lo comprendió así y guardó silencio; bajó la cabeza y quedó en actitud pensativa.
     Moreira estaba sereno, pero en su mirada hermosa se podía ver la tempestad que cruzaba su espíritu varonil.
     Hemos hablado con los empleados de policía que han combatido con Moreira, inválidos todos, y que figurarán a su tiempo en esta narración, y hemos conversado largamente con el capitán de las partidas de plaza de Lobos y Navarro, inválidos también, y todos ellos nos han relatado la honda impresión que producía la mirada de Moreira en el combate.
     Su pupila se dilataba poderosamente sombreada por la larga pestaña; a sus ojos afluía e irradiaba su espíritu varonil, dominándolo como la soberbia mirada del león.
     Pidió a su mujer un mate y cuando ésta se alejó a prepararlo, Moreira tomó de nuevo entre las suyas la mano de su suegro, y con una expresión de infinita melancolía le dijo:
     -Me he desgraciado, tata viejo, he muerto a un hombre.
     El viejo levantó la cabeza, miró a Moreira a través de un velo de lágrimas y le preguntó sencillamente:
     -¿En buena ley?
     El paisano guardó silencio, pero abrió su saco y mostró coagulada sobre la camisa la sangre de la herida recibida.

Eduardo Gutiérrez, Juan Moreira (Fragmento)

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