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Pablo.-

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PABLO M. PREZ


lunes, 5 de marzo de 2012

El tutu II - Óleo sobre bastidor - 90x30 (VENDIDA)




—¿Qué habrías hecho tú en mi lugar? —me dijo—. Dímelo sinceramente, muchacho.
     La verdad es que se le notaba que le daba lástima suspenderme, así que me puse a hablar como un descosido. Le dije que yo era un imbécil, que en su lugar habría hecho lo mismo, y que muy poca gente se daba cuenta de lo difícil que es ser profesor. En fin, el rollo habitual. Las tonterías de siempre.
     Lo gracioso es que mientras hablaba estaba pensando en otra cosa. Vivo en Nueva York y de pronto me acordé del lago que hay en Central Park, cerca de Central Park South. Me pregunté si estaría ya helado y, si lo estaba, adonde habrían ido los patos. Me pregunté dónde se meterían los patos cuando venía el frío y se helaba la superficie del agua, si vendría un hombre a recogerlos en un camión para llevarlos al zoológico, o si se irían ellos a algún sitio por su cuenta.
     Tuve suerte. Pude estar diciéndole a Spencer un montón de estupideces y al mismo tiempo pensar en los patos del Central Park. Es curioso, pero cuando se habla con un profesor no hace falta concentrarse mucho. Pero de pronto me interrumpió. Siempre le estaba interrumpiendo a uno.
—¿Qué piensas de todo esto, muchacho? Me interesa mucho saberlo. Mucho.
—¿Se refiere a que me hayan expulsado de Pencey? —le dije. Hubiera dado cualquier cosa porque se tapara el pecho. No era un panorama nada agradable.
—Si no me equivoco creo que también tuviste problemas en el Colegio Whooton y en Elkton Hills.
     Esto no lo dijo sólo con sarcasmo. Creo que lo dijo también con bastante mala intención.
—En Elkton Hills no tuve ningún problema —le dije—. No me suspendieron ni nada de eso. Me fui porque quise... más o menos.
—Y, ¿puedo saber por qué quisiste?
—¿Por qué? Verá. Es una historia muy larga de contar. Y muy complicada.
     No tenía ganas de explicarle lo que me había pasado. De todos modos no lo habría entendido. No encajaba con su mentalidad. Uno de los motivos principales por los que me fui de Elkton Hills fue porque aquel colegio estaba lleno de hipócritas. Eso es todo. Los había a patadas. El director, el señor Haas, era el tío más falso que he conocido en toda mi vida, diez veces peor que Thurmer. Los domingos, por ejemplo, se dedicaba a saludar a todos los padres que venían a visitar a. los chicos. Se derretía con todos menos con los que tenían una pinta un poco rara. Había que ver cómo trataba a los padres de mi compañero de cuarto. Vamos, que si una madre era gorda o cursi, o si un padre llevaba zapatos blancos y negros, o un traje de esos con muchas hombreras, Haas les daba la mano a toda prisa, les echaba una sonrisita de conejo, y se largaba a hablar por lo menos media hora con los padres de otro chico. No aguanto ese tipo de cosas. Me sacan de quicio. Me deprimen tanto que me pongo enfermo. Odiaba Elkton Hills.
     Spencer me preguntó algo, pero no le oí porque estaba pensando en Haas.
—¿Qué? —le dije.
—¿No sientes remordimientos por tener que dejar Pencey?
—Claro que sí, claro que siento remordimientos. Pero muchos no. Por lo menos todavía. Creo que aún no lo he asimilado. Tardo mucho en asimilar las cosas. Por ahora sólo pienso en que me voy a casa el miércoles. Soy un tarado.
—¿No te preocupa en absoluto el futuro, muchacho?
—Claro que me preocupa. Naturalmente que me preocupa —medité unos momentos—. Pero no mucho supongo. Creo que mucho, no.
—Te preocupará —dijo Spencer—. Ya lo verás, muchacho. Te preocupará cuando sea demasiado tarde.
     No me gustó oírle decir eso. Sonaba como si ya me hubiera muerto. De lo más deprimente.
—Supongo que sí —le dije.
—Me gustaría imbuir un poco de juicio en esa cabeza, muchacho. Estoy tratando de ayudarte. Quiero ayudarte si puedo.

J.D. Salinger, El guardián entre el centeno (fragmento)

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