- ¿Me dice usted esto por lo de Diderot?
-No.
En realidad, en realidad no se trata aquí de Diderot. No se mienta
usted a sí mismo. El que se miente a sí mismo y escucha sus propias
mentiras, acaba no sabiendo distinguir ninguna verdad, ni en sí mismo,
ni a su alrededor. Y entonces no siente ya ningún respeto, ni hacia sí
mismo, ni hacia los demás. No respentando ya a nadie, deja de sentir
amor. No sintiendo ya amor trata de ocuparse y de distraerse, se deja
arrastrar por la pasiones, por los placeres groseros y materiales, y se
hunde en sus vivios hasta la bestialidad. Y todo esto le viene de mentir
continuamente, de mentirse a sí mismo y de mentir a los demás. El que
se miente a sí mismo es el primero en ofenderse. Porque a veces resulta
muy agradable darse por ofendido, ¿ No es cierto?
-¡oh bien aventurado, deme su mano a besar!
Fedor Pavlovitch se levantó de un salto y besó rápidamente la seca mano del starezt.
-¡Es así mismo, sí, es así mismo! Le da a uno mucho gusto sentirse ofendido. Nunca he oído hablar tan bien a nadie [...]
Fiodor Dostoyevski, Los hermanos Karamazov (Fragmento)
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