El Cura no vio hombres; vio monstruos. Se encontró en una isla, y él, en una isla, en el Pacífico, había tenido su más vívida experiencia, el sueño horrendo que era la clave de su alma: en la locura del sol, del hambre y de la sed, había visto a las gaviotas que lo acosaban y a sus compañeros de agonía, como un solo monstruo, ramificado y fragmentario.
Esto explica el cuadro vivo, el lentísimo ballet, las posturas relativas de los transformados. Se veían a través de las paredes. El Cura los acechaba. En estas Islas Felices el Cura había encontrado su isla de náufrago, había emprendido su delirio central, la cacería de monstruos.
Tocaban a distancia y a través de las paredes. El Cura los estranguló. Se vieron ceñidos con las manos del Cura y, por asociación de ideas, padecieron estrangulación. Toda fantasía es real para quien cree en ella. En mi nuca la presión de sus manos fue suave. Mis movimientos eran rápidos para él; no le di tiempo...
Hasta en Dreyfus y en mí (que no estábamos pintados) vio monstruos. Si se hubiera visto a sí mismo, quizá no hubiese interpretado como monstruos a los demás. Pero era présbita, y sin anteojos no veía su propio cuerpo.
¿Por qué repetía Castel los monstruos somos hombres? ¿Por qué se lo había repetido al Cura tratando de convencerlo? ¿O por qué él mismo había temido, para cuando estuviera en su archipiélago, verse rodeado de monstruos?
Adolfo Bioy Casares, Plan de evasión (fragmento)
No hay comentarios:
Publicar un comentario