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Pablo.-

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PABLO M. PREZ


martes, 15 de noviembre de 2011

La Casa - Óleo sobre bastidor - 50x70






-¿Es el nagual el Ser Supremo, el Omnipotente, Dios? -pregunté.
-No. Dios también está en la mesa. Digamos que Dios es el mantel.
Hizo, en broma, el gesto de jalar el mantel para amontonarlo con los otros objetos que había puesto frente a mí.
-Pero, ¿dice usted que Dios no existe?
-No. No dije eso. Sólo dije que el nagual no era Dios, porque Dios es un objeto de nuestro tonal personal y del tonal de los tiempos. El tonal es, como ya dije, todo lo que creemos que es parte del mundo, incluyendo a Dios, por supuesto. Dios no tiene otra importancia que la de ser parte del tonal de nuestro tiempo. 

-Según yo lo entiendo, don Juan, Dios es todo ¿No estamos hablando de lo mismo?
-No. Dios es solamente todo aquello en lo que puedes pensar; por eso, propiamente hablando, Dios no es sino otro objeto en la isla. Dios no puede ser visto cuando uno quiere; sólo podemos hablar de Él. En cambio, el nagual está al servicio del guerrero. Puede ser visto, pero no se puede hablar de él.
-Si el nagual no es ninguna de las cosas que he mencionado -dije-, quizá pueda usted decirme el sitio donde se encuentra. ¿Dónde está?
     Don Juan hizo un amplio ademán y señaló el área más allá de los confines de la mesa. Movió la mano como si, con el dorso, limpiara una superficie imaginaria que rebasara los bordes de la mesa.
-El nagual está allí -dijo-. Allí, alrededor de la isla. El nagual está, allí, donde el poder se cierne.

"Desde el momento de nacer sentimos que hay dos partes en nosotros. A la hora de nacer, y luego por algún tiempo después, uno es todo nagual. En ese entonces, nosotros sentimos que para funcionar necesitamos una contraparte a lo que tenemos. Nos falta el tonal y eso nos da, desde el principio, el sentimiento de no estar completos. A esas alturas el tonal empieza a desarrollarse y llega a tener una importancia tan absoluta para nuestro funcionamiento que opaca el brillo del nagual, lo avasalla; y así nos volvemos todo tonal. Desde el momento en que uno se vuelve todo tonal, no hacemos otra cosa sino aumentar esa vieja sensación de estar incompletos; esa sensación que nos acompaña desde el momento de nacer y que nos dice constantemente que hay otra parte de nosotros que nos haría íntegros. 
"A partir del momento en que somos todo tonal, empezamos a hacer pares. Sentimos nuestros dos lados, pero siempre los representamos con objetos del tonal. Decimos que nuestras dos partes son el alma y el cuerpo. O la mente y la materia. O el bien y el mal. Dios y Satanás. Nunca nos damos cuenta, sin embargo, de que sólo estamos haciendo parejas con las cosas de la isla, algo muy semejante a hacer parejas con café y té, o pan y tortillas, o chile y mostaza. Somos de verdad animales raros. Nos creemos tanto y, en nuestra locura, creemos tener perfecto sentido."
     Don Juan se puso en pie y me apostrofó como un orador. Me señaló con el índice e hizo temblar su cabeza.
-El hombre no se mueve entre el bien y el mal -dijo en un tono hilarantemente retórico, tomando el salero y el pimentero en ambas manos-. Su verdadero movimiento es entre lo negativo y lo positivo Dejó la sal y la pimienta y cogió un tenedor y un cuchillo.
-¡Lo dicho es un error! No hay movimiento ninguno -continuó como si se respondiera a sí mismo -. ¡El hombre es sólo mente!
     Cogió la botella de salsa y la puso en alto. Luego la dejó.
-Como puedes ver -dijo suavemente-, podríamos muy fácilmente reemplazar mente por salsa de chile y acabar diciendo: -“¡El hombre es sólo salsa de chile!” El hacer eso no nos volvería más dementes de lo que ya estamos.
-Mucho me temo no haber hecho la pregunta correcta -dije-. Quizá podríamos llegar a una mejor comprensión si preguntara qué puede uno hallar, específicamente, en el área más allá de la isla.


Carlos Castaneda, Relatos de poder (fragmento)

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